CONCIENCIA ANIMAL
Los cambios bruscos en la rutina - como separarse de un ser querido- pueden hundir al animal en una profunda depresión. Un cambio de rutina, el oportuno tratamiento con fármacos y el afecto de sus dueños pueden reanimar a un perro en cuestión de semanas. Eran perros tiernos y alegres que de pronto pasaron a ser casi unos desconocidos: no venían cuando los llamaban, no comían, no dormían. Así es la depresión canina, un mal mucho más frecuente de lo que se cree y que - al igual que en seres humanos- responde a un desbalance de neurotransmisores en el cerebro. El perro está acostumbrado a vivir en jaurías y, por lo tanto, le afectan los cambios ambientales que puedan ocurrir en su familia. Por eso, si bien depende mucho de las características de cada perro, se sabe que las razas pequeñas presentan más patologías de este tipo, dado que suelen desarrollar una estrecha relación con sus dueños. En general, las situaciones que pueden desencadenarla son múltiples. Entre otras, cuando a las perras se les muere su camada o se la quitan abruptamente; cuando se separa una pareja de canes que siempre ha vivido junta; cuando se los muda a departamentos mucho más chicos; cuando a un perro viejo se le quita atención por la llegada de un cachorro; cuando los seres más queridos fallecen, les dedican menos tiempo o se van de vacaciones. También puede darse el caso en familias desorganizadas, donde no existe una rutina mínima ni un sujeto encargado de satisfacer las necesidades básicas del animal. Varios cumplen esas tareas, en distintos horarios y el perro no entiende los roles de cada individuo, lo que puede provocarle mucha ansiedad y eso volcarse en depresión, precisa la especialista en comportamiento animal y directora médica de la Clínica Veterinaria San Blas, doctora Daniela Navarrete Talloni. Aclara, eso sí, que hay que diferenciar la depresión de las distimias. Un perro distímico es habitualmente triste y desganado. La depresión, en cambio, se caracteriza por un marcado giro en el comportamiento de un animal que antes era normal. Entre los síntomas clásicos está la alteración del sueño (hipersomnia o insomnio) y del apetito (inapetencia o inusual ansiedad al comer). Asimismo, la apatía, que lo deja sin ganas de salir, de jugar, con cara de pena, orejas caídas y sin que nada le llame demasiado la atención. Período de adaptación Ante circunstancias de pérdida, es normal que un perro se sienta triste y experimente un duelo. Sin embargo, si este período supera las tres o cuatro semanas, puede que se esté desencadenando algún grado de ansiedad o depresión. Las personas muchas veces advierten estos cuadros y empiezan a hiperestimular a sus mascotas, lo que no ayuda demasiado. Tras descartar alguna otra enfermedad orgánica, el procedimiento es tratar con antidepresivos, en dosis indicadas por un especialista. Si se deja pasar mucho tiempo, se corre el riesgo de que bajen severamente las defensas del animal y quede expuesto a numerosas enfermedades. De hecho, perros viejos deprimidos pueden enfermarse de males que no tendrían por qué sufrir (distemper o gastroenteritis hemorrágica). En el fondo, la depresión gatilla cuadros simultáneos, los cuales van descompensando al animal y pueden incluso causarle la muerte.
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